SAN PABLO de perseguidor de los cristianos a APOSTOL DE JESUCRISTO.

«El mundo no verá jamás otro hombre como Pablo»(San Juan Crisóstomo).

1 Mientras tanto, Saulo no dejaba de amenazar de muerte a los creyentes en el Señor. Por eso, se presentó al sumo sacerdote, *
2
y le pidió cartas de autorización * para ir a las sinagogas de Damasco, a buscar a los que seguían el Nuevo Camino, * tanto hombres como mujeres, y llevarlos presos a Jerusalén.
3
Pero cuando ya se encontraba cerca de la ciudad de Damasco, una luz que venía del cielo brilló de repente a su alrededor.
4
Saulo cayó al suelo, y oyó una voz que le decía:"Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?" Ver Mt.10:40;25:40,45
5 Saulo preguntó: "¿Quién eres, Señor?" La voz le contestó:"Yo soy Jesús, el mismo a quien estás persiguiendo. *
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Levántate y entra en la ciudad; allí te dirán lo que debes hacer."
7
Los que viajaban con Saulo estaban muy asustados, porque habían oído la voz pero no habían visto a nadie.
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Luego, Saulo se levantó del suelo; pero cuando abrió los ojos, no podía ver. Así que lo tomaron de la mano y lo llevaron a Damasco.
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Allí estuvo tres días sin ver, y sin comer ni beber nada.
10
En Damasco vivía un creyente que se llamaba Ananías, a quien el Señor se le presentó en una visión y le dijo:"¡Ananías!" Él contestó: "Aquí estoy, Señor."
11
El Señor le dijo:"Levántate y vete a la calle llamada Derecha, * y en la casa de Judas pregunta por un hombre de Tarso * que se llama Saulo. Está orando,
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y en una visión ha visto a uno llamado Ananías que entra y pone sus manos sobre él para que pueda ver de nuevo."
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Al oir esto, Ananías dijo: "Señor, muchos me han hablado de ese hombre y de todos los males que ha causado en Jerusalén a tu pueblo santo.
14
Y ahora ha venido aquí, con autorización de los jefes de los sacerdotes, a llevarse presos a todos los que invocan tu nombre."
15
Pero el Señor le dijo:"Ve, porque he escogido a ese hombre para que hable de mí a la gente de otras naciones, * y a sus reyes, y también a los israelitas.
16
Yo le mostraré lo mucho que tiene que sufrir por mi causa." Ver 2Co.11:23-28
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Ananías fue a la casa donde estaba Saulo. Al entrar, puso sus manos sobre él,Ver Hch.6:6y le dijo: -Hermano Saulo, el Señor Jesús, el que se te apareció en el camino por donde venías, me ha mandado para que recobres la vista y quedes lleno del Espíritu Santo.
18
Al momento cayeron de los ojos de Saulo una especie de escamas, y recobró la vista. Entonces se levantó y fue bautizado.
19
Después comió y recobró las fuerzas, y se quedó algunos días con los creyentes que vivían en Damasco.



La vida del apostol: la vida en en Cristo.

Apóstol de Jesucristo y principal propagador del Cristianismo, que tuvo una participación decisiva en la expansión de la Iglesia, desde el momento de su conversión.

Los apóstoles tuvieron  la experiencia a los tres días de la crucifixión que Cristo vive, y después de conversar no una vez sino cuarenta días con el Resucitado y de  contemplar su Ascensión al Cielo: «después de su pasión, se les presentó dándoles muchas pruebas de que vivía, apareciéndoseles durante cuarenta días y hablándoles acerca de lo referente al Reino de Dios». (Hch 1, 3).

Esta misma experiencia la tuvo Pablo después de su conversión, camino de Damasco. Como los discípulos Pablo no sólo sigue creyendo que vive, está convencido de que permanece con él de modo misterioso pero real. No como el maestro permanece en los discípulos, no como Platón o Aristóteles «viven» en sus escritos y en la memoria de los estudiosos; no como el amado muerto pervive en el amante vivo; sino de una manera singular y absolutamente nueva, como una persona vive «en» otra persona viva. Es decir, como sólo una persona divina puede vivir «en» una persona creada: sin dañarla, ni alterarla sustancialmente, ni suplantarla en modo alguno, dejándola a la vez intacta, pero enriquecida indeciblemente por un principio vital superior no creado, sino creador; en concreto: la misma Vida originaria increada. «Yo soy la Vida», les había dicho Jesús; «el que cree en el Hijo, tiene vida eterna»; no «va a tener», o «tendrá», sino tiene (Jn 3, 13; cf Jn 5, 24;  6, 47; 6, 54). «Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28, 20).

Pablo sigue el mismo camino de los discípulos. Los discípulos, a los pocos días de morir Jesús, comienzan a vivir una vida rigurosamente nueva en el mundo y en la historia: la vida de Cristo, perfecto Dios y perfecto hombre. Son conscientes de que Cristo vive de un modo superior al de su existencia histórica, porque su Divinidad ha llenado su naturaleza humana, la ha resucitado y la ha glorificado, de tal modo que en su humanidad brota una fuente inagotable de vida divina transmisible a sus hermanos los hombres redimidos. Vida divina capaz de vivificar a los muertos del cuerpo y a los muertos del espíritu. «De su plenitud recibimos todos gracia sobre gracia» (Jn 1, 16).

  Vivificados con la vida de Cristo resucitado, los Apóstoles, sin dejar de ser ellos mismos, son transformados, encendidos con un fuego de amor que viene del espíritu de Cristo. Pablo de Tarso es después de su conversión, uno de los grandes testigos de esa nueva vida que vive en todo fiel cristiano: «vivo yo, pero no yo, es Cristo quien vive en mí» (Gal 2, 20). No se trata de un caso extraordinario; les dice a los fieles romanos: «así también daos cuenta de que vosotros mismos estáis muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús» (Rom 6, 11). «Cristo está en vosotros» (Rom 8, 10.11; Ef 2, 5). «Cristo es vuestra vida» (Col 3, 4) .

Los cristianos nos encontramos así con una forma novedosa de vida: La vida de Cristo en la persona del cristiano.

¿Cuál es el alcance de este «en» -vosotros en Cristo, Cristo en vosotros- que Pablo escribe 164 veces en sus Cartas? El alcance permanece entre los velos del misterio, porque ese estar y ser Cristo en mí y yo en él, no es una realidad sensible, ni siquiera «natural» sino de naturaleza superior, «sobrenatural» , pero - preciso es subrayarlo- tan real, o más si cabe, que todo lo natural, como más realidad posee la Vida divina que cualquier vida creada. Cristo mismo nos ofrece una alegoría que nos aproxima al misterio: «Yo soy la vid, vosotros sois los sarmientos» (cf Juan 16, 4 ss). Por los sarmientos corre la misma sabia de la vid, que los vivifica y les da capacidad de dar frutos riquísimos. Ellos no son la vid y, a la vez, de algún modo lo son. El fiel cristiano no es idéntico a Cristo, pero en cierta real manera se identifica con Él, porque lo mejor de su vida está «escondida con Cristo en Dios», es vida «en Cristo», Cristo es realmente «su vida»; es el origen de la vida sobrenatural que diviniza el espíritu del cristiano y aún su cuerpo. «Cristo vive en el  cristiano. La fe nos  dice que el hombre, en estado de gracia, está endiosado. Somos hombres y mujeres, no ángeles. Seres de carne y hueso, con corazón y con pasiones, con tristezas y con alegrías. Pero la divinización redunda en todo el hombre como un anticipo de  la resurrección  gloriosa … La vida de Cristo  es vida nuestra, según  lo que prometiera a sus Apóstoles, el día de la Ultima Cena: ‘Cualquiera que me ama, observará mis mandamientos, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos mansión dentro de él’. El cristiano debe -por tanto- vivir según la vida de Cristo, haciendo suyos los sentimientos de Cristo, de manera que pueda exclamar con San Pablo, “no soy yo el que vive, sino que Cristo vive en mí.»

¿Cómo llega Pablo a esta forma de vida?.

Encontramos en una primera etapa de su vida a un Saulo, sólidamente formado en la Ley judaica. Pronto pasó Saulo a Jerusalén, a completar su educación rabínica, y su maestro fue el más autorizado rabino de entonces, Gamaliel el Viejo. Su gran talento le afianzó rápidamente en los principios de la Ley antigua, que cita constantemente de memoria y con gran exactitud. Su carácter impetuoso le lanza a un fanatismo exagerado, en legítima defensa de la Ley y tradiciones del pueblo judío.

En las sinagogas de Cilicia conoció la doctrina de la nueva fe cristiana, por la predicación del que sería el primer mártir, Esteban,  su celo e impetuosidad le llevaron a unirse a los perseguidores de la nueva doctrina, convencido de que defendía la causa de Dios.

—nos dice él mismo— a los seguidores de esta nueva doctrina, aprisionando y metiendo en la cárcel a hombres y mujeres».

Y cuando estalló el motín que costó la vida a Esteban, Pablo evidentemente tomó parte activa en él, ya que los verdugos dejan las vestiduras ante sus ojos: «Y depositaron las vestiduras delante de un mancebo llamado Saulo», leemos en los «Hechos de los Apóstoles».

Por aquel tiempo se había ya constituido en Damasco un grupo importante de la nueva comunidad cristiana, del que pronto tuvo noticia Pablo, que contaba por entonces unos veintiséis años de edad. Con su afán de exterminio pidió al príncipe de los sacerdotes unas cartas de presentación para Damasco, a fin de apresar a los adeptos de la nueva fe. Mas todo había de suceder de muy distinta manera...

Obtenidas las cartas, Pablo y sus compañeros se acercaban va a Damasco, en este viaje ocurre un episodio clave en la biografía de Pablo de Tarso, sin el cual la historia del Cristianismo probablemente sería bien distinta, es su famosa conversión, que él llamaba en sus epístolas "vocación". Libro de los Hechos de los apostoles, 9,1-19).

El acontecimiento de la conversión de San Pablo,supone en San Pablo tener una Fe viva en el vivir de Cristo en él. Quedaron muy grabadas en la mente de Pablo las palabras de Jesús, camino de Damasco: «Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?» (Hch 9,,4). Hay una identidad tal entre Cristo y el cristiano que todo lo que se hace a un cristiano se hace a Cristo, porque Cristo vive realmente en él: «En verdad os digo que cuantas veces hicisteis esto a uno de mis hermanos menores, a mí me lo hicisteis» (Mt 25, 40).

Tan es así, que Pablo saca una consecuencia muy lógica: «todos vosotros sois uno en Cristo» (Gal 3, 28). De modo que, «en Cristo», es decir, desde el punto de vista de la nueva vida -divina- que anima al cristiano, no hay discriminació n posible: «ya no hay diferencia entre judío y griego, ni entre esclavo y libre, ni entre varón y mujer, ya que todos vosotros sois uno solo en Cristo Jesús» (Ib.). Incluso «vuestros cuerpos son miembros de Cristo» (1 Cor 6, 15). Por eso deben guardarse limpios, puros, santos. La Iglesia no es otra cosa que el  cuerpo de Cristo (Col 1, 24), tan íntima es la unión y tan recio el amor que enlaza la Iglesia con su fundador Cristo. «Vosotros sois el cuerpo de Cristo y miembros de los demás miembros» (1 Cor 12, 12).

Siguiendo los pasos de San Pablo, lo seguimos una vez recobrada milagrosamente la vista,  retirado en Arabia por un tiempo, y allí, antes de volver a Damasco, permaneció entregado a la oración y en trato íntimo con el Señor. Regresó luego a la ciudad, entrando de lleno en su función de apóstol y en su gran labor evangelizadora. Se puede reflexionar sobre su tarea evangelizadora en otros apartados de este sitio,-ver índice  )

Pablo trabajó con ahínco, primero como subordinado, junto a los demás propagadores. Pronto sus grandes cualidades de organizador, su talento, su energía y férrea voluntad; su gran capacidad, en fin, para el apostolado y su extenso conocimiento de la Ley, junto a su cultura helenista, así como su habilidad para comunicar a otros su pensamiento, le destacarán entre todos. A esto hay que añadir el impulso interior que empujaba a aquel carácter ardiente a entregarse totalmente a la conversión, no sólo de los judíos, sino de todos los pueblos gentiles adonde pudiera llevar su palabra.

Viajó sin descanso de una parte a otra del mundo romano, solo o acompañado, sembrando por doquier la fecunda semilla de la fe en Cristo Jesús.
El celo y la actividad apostólica de San Pablo no disminuyeron con los años. Unos veinticinco duraron sus asombrosas y eficaces campañas. Y jamás cediendo al cansancio, siempre con renovadas energías.

Concluimos nuestra reflexión, señalando que una de las maravillas del vivir en Cristo es que cuanto mayor es la unión con Él, más vigorosas, íntegras y distintas aparecen las personalidades de los creyentes. En Cristo se alcanza tanto la más auténtica y real liberación como la personalidad más plena.

 La incorporación a Cristo, lejos de ser pérdida es ganancia. Al extremo de que, como dice Tomás Aquino, «el Bautismo nos incorpora a la Pasión y Muerte de Cristo, de tal manera que la Pasión de Cristo, en la que cada persona bautizada tiene una parte, es para todos un remedio tan efectivo como si cada uno hubiese sufrido y muerto él mismo» (S. Th. III, 69, 2). Por eso Pablo puede decir que por el Bautismo hemos muerto-con Cristo, y hemos sido con-sepultados, con-resucitados con Cristo y co-sentados con El a la diestra del Padre (cf Rom 6, 3-14). El Apóstol ya se ve sentado con Cristo junto al Padre: «aun cuando estábamos muertos por los pecados, nos dio vida juntamente en Cristo... y nos resucitó con El, y nos hizo sentar sobre los cielos en la Persona de Jesucristo» (Ef 2, 56). Esta realidad gloriosa está «escondida», no se ve, lo hemos dicho, no es sensible, solo lo sabemos por la palabra de Dios: «Porque habéis muerto, y vuestra vida está oculta con Cristo en Dios. Cuando aparezca Cristo, vida vuestra, entonces también vosotros apareceréis gloriosos con él.» (Col 3, 3-4). ¿Cuándo sucederá? «Dice el que da testimonio de todo esto: ‘Sí, vengo pronto’» (Apc 22, 20). Vale la pena esperar un poco, poniendo la vida cotidiana en sintonía con el vivir de Cristo.

Como es fácil de comprender, la incorporación del cristiano a Cristo es y sólo puede ser libre, por lo mismo que Dios jamás anula la libertad ni nos da bien alguno que no queramos. Hay que querer creer amorosamente, para que mediante la fe viva, Cristo viva libremente en nosotros. Se trata de un cierta fusión de libertades llamada amor. Él, subrayando la libertad nuestra, se diría que suplica: «Permaneced en mí y yo en vosotros» (Jn 15, 4). Si la permanencia no fuera libre, vano sería forzar a ello.

Así, pues, Cristo vive no sólo en la Gloria y en la Eucaristía, sino también en el cristiano que libremente decide pasar por la Puerta que es Cristo mismo: «Yo soy la puerta» (Jn 10, 7.9). Los cristianos en este siglo XXI, tenemos el gran don de la Iglesia.

En la puerta de entrada a la Iglesia se encontrará con Cristo presente en el sacramento del Bautismo y, después, en los demás sacramentos, remedio para cada necesidad; de modo eminente en el sacramento de la Eucaristía; también en la oración litúrgica, y en el vivir cotidiano que implica el crecimiento en las virtudes necesarias para el cumplimiento acabado de la voluntad del Padre .

Todo es posible viviendo en Cristo, también la auténtica santidad de vida, a la que Él por cierto a todos llama, y que nos ha dado al ser bautizados. No debiéramos olvidarlo, puesto que Él ha depositado en nuestro espíritu su espíritu, capaz de dar vista a los ciegos, movimiento a miembros paralíticos y resucitar muertos. Esto no sólo hay que entenderlo en un sentido físico, las mayores curaciones milagrosas suelen ser espirituales, milagros en la intimidad del corazón, porque del corazón surgen todas nuestras obras.

Los teólogos precisan «por participación» , que es uno de los modos de traducir 2 Pedro 1, 4. Siendo esto así, no habríamos de dudar, como no dudaron Santiago y Juan, cuando Jesús les preguntó si se creían capaces de recorrer la misma senda que Él se disponía a pisar; ellos respondieron sin vacilación: ¡Podemos! (Mt 20, 22).

Y como nos recuerdan los Santos Padres porque Cristo Jesús ha elevado nuestra naturaleza hasta una altura insospechada:

 «lo que es el hombre quiso ser Cristo, dice san Cipriano (De idol. van., c. II)., para que el hombre pudiera llegar a ser lo que es Cristo».

San Agustín, dice: «Dios se hizo hombre para que el hombre se hiciera Dios» (Sermo 13 de temp.).

La actitud confiada marca nuestro caminar de cristianos, en nuestros multiples y diversos caminos de vida cristiana, construyendo la “Casa de Betania”, lugar de acogida de Jesús, el Maestro, el Señor ( la iglesia), construimos Betania con todo lo dado gratuitamente por Jesús en Jerusalén. Nada se nos pide, que no se nos haya dado.

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